Por Antimio Cruz
Nuestros Científicos. Uno sabe que recibirá muchos ‘no’ a lo
largo del camino, pero cuando sabes que un dispositivo puede salvar vidas y que
has hecho todo para que exista, no lo dejas caer. Insistes, buscas, vuelves a
preguntar, hasta convertir el ‘no’ en un ‘sí’”, dice Emilio Sacristán Rock,
ganador del Premio Nacional de Ciencias 2017.
Emilio Sacristán Rock ha dedicado casi 30 años a crear un
ecosistema innovador en los dispositivos biomédicos.
Ningún ingeniero biomédico había ganado el Premio Nacional de Ciencias de
México, hasta este año, 2017. El 8 de diciembre, la Secretaría de Educación
Pública (SEP) informó que el máximo galardón que otorga el Gobierno de la
República a los investigadores fue otorgado, en la categoría de Tecnología,
Innovación y Diseño, a Emilio Sacristán Rock, investigador de la Universidad
Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa (UAM-I), y líder del proyecto que
logró construir y transferir a la industria el primer corazón artificial
mexicano llamado Vitacor UVAD (Universal Ventricular Assist Device).
En sus oficinas del Centro Nacional de Investigación en Imagenología
Instrumentación Médica (CI3M), el ingeniero de 52 años de edad no detiene su
actividad a pesar de la alegría que le causa el premio. No puede detenerse pues
su trabajo no sólo consiste en inventar dispositivos de apoyo médico; también
debe realizar trámites de obtención de patentes, ayudar a alumnos y profesores
a construir nuevas empresas de base tecnológica y crear mecanismos para
financiar estos nuevos proyectos.
“Cuando hablamos de que se desarrolle una nueva tecnología biomédica
tenemos que tener en mente algunos números. A nivel mundial el promedio de inversión
para obtener una nueva tecnología de apoyo a la salud es de 500 millones de
dólares, mientras que el promedio de inversión para obtener un nuevo
medicamento es de 800 millones de dólares. Esto es importante entenderlo porque
sirve para explicar por qué para hacer un proyecto como el del corazón
artificial mexicano —que requirió más de 160 millones de pesos de inversión—
tuvimos que buscar alianzas con la iniciativa privada porque son inversiones
muy fuertes que no podrían salir sólo de dinero público de la UAM o de
Conacyt”, indica el mexicano egresado de Ingeniería, con maestría y doctorado
en el Worcester Polytechnic Institute, en Massachusetts, Estados Unidos.
Autor de 22 patentes internacionales, el doctor Sacristán Rock hizo sus
primeros inventos cuando tenía 21 años y siendo todavía estudiante del
Worcester Polytechnic Institute. Desde esa época conoció una manera de trabajar
en la que los ingenieros biomédicos creaban o se asociaban con pequeñas
empresas, surgidas de las universidades, para financiar el desarrollo de
dispositivos médicos y después las vendían a empresas más grandes.
“Mi primer trabajo fue en una empresa de este tipo, surgida de una
universidad, y yo fui el primer empleado. Me contrataron como ingeniero, pero
en esas empresas tan chicas uno tiene que hacer de todo”, explica el inventor,
emprendedor y profesor, quien lo mismo tuvo que aprender a diseñar pruebas
clínicas, solicitudes de patente y rondas de atracción de capitales de
inversión.
“La parte de obtener inversión es indispensable. En este momento estamos
trabajando en un nuevo proyecto para el cual ya conseguimos 8 millones de
dólares y todavía nos falta más”, indica Emilio Sacristán.
El primer invento del nuevo ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes
fue un dispositivo médico llamado Tonómetro gástrico, que sirve para medir
varias cosas, como el nivel de acidez o pH de la mucosa gastrointestinal. Ese
invento terminó por ser comprado y distribuido a nivel mundial por la compañía
finlandesa Datex, y luego Datex fue comprada por General Electric. Otros
inventos suyos han sido también transferidos a empresas como la alemana
Siemens.
Su invento más conocido en México fue el desarrollo del corazón artificial
mexicano, en el que trabajaron 65 científicos de diez instituciones públicas
mexicanas. El instrumento fue financiado por medio de una empresa creada
específicamente para este proyecto y que se llama Vitalmex Internacional. El producto
ya se usa en el Centro Médico Siglo XXI del IMSS y en otros hospitales públicos
y privados.
“Sabemos que ese es el modelo como se está trabajando en todo el mundo. Los
inventos se hacen en pequeñas empresas de base tecnológica que se enfocan mucho
en la investigación y en el desarrollo de los prototipos. Luego se prueban y se
patentan. Pero para que el dispositivo realmente llegue a todo el mundo se
necesita otro tipo de capacidades, como los canales de distribución o los
grandes capitales para fabricar masivamente y bajar los costos. En esta etapa
es donde las innovaciones o las micro-empresas completas son compradas por
grandes compañías como General Electric, Siemens o Medtronic, por mencionar
algunas”, dice el fundador y actual director del Centro Nacional de
Investigación en Imagenología e Instrumentación Médica (CI3M).
LUCHAR CONTRA MOLINOS. Después de concluir su doctorado, Sacristán
Rock, casado y padre de dos hijas, buscó regresar a México, pero al principio
se topó con muchas barreras por la falta de plazas y nuevos contratos en las
universidades mexicanas.
“Fue hasta que el Conacyt creó el programa de repatriación de talentos
cuando se me abrieron las puertas de varias instituciones, pero decidí quedarme
en la UAM Iztapalapa porque era la que tenía el programa más fuerte de
Ingeniería Biomédica”, indica el científico.
Desde su llegada a México intentó reproducir el modelo de generación y
transferencia de tecnologías que había conocido en Estados Unidos, pero se dio
cuenta de que había muchos obstáculos y por eso ha dedicado casi 30 años a
crear un ecosistema innovador en los dispositivos biomédicos.
“He tenido que luchar mucho contra un sistema académico tradicional y en
muchas ocasiones he sentido que es como lucha contra molinos de viento. Hay proyectos
que son rechazados por las propias autoridades de las universidades o los
institutos de salud donde deben ser probadas; otras veces te topas con rechazos
en los comités de bioética y, además, tienes que acostumbrarte a muchos
rechazos de los inversionistas”, cuenta este académico, hijo y nieto de
economistas que fueron profesores en la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM).
A pesar de los descalabros o rechazos en varios proyectos, Emilio Sacristán
Rock dirige hoy uno de los centros más vivos en desarrollo de tecnologías, pues
en el centro CI3M, investigan y experimentan actualmente 400 estudiantes de 22
instituciones y ahí se han fundado e incubado 12 empresas de base tecnológica.
“El ecosistema ha cambiado, no me cabe duda, pues incluso en la reforma a
la Ley de Ciencia, de 2015 ya se estimula que los científicos formen empresas
con sus hallazgos o inventos. Posiblemente yo ha contribuido un poco a ese
cambio a través de la persistencia. Uno sabe que recibirá muchos ‘no’ a lo
largo del camino, pero cuando uno sabe que un dispositivo puede salvar vidas y
que has hecho todo para que exista, no lo vas a dejar caer porque es
importante. Y así insistes, buscas, vuelves a preguntar, hasta convertir un
‘no’ en un ‘sí’”, comparte el mexicano recién galardonado.