domingo, 17 de diciembre de 2017

“Para innovar en México hay que luchar contra el sistema académico tradicional”: Emilio Sacristán Rock


Por Antimio Cruz

Nuestros Científicos. Uno sabe que recibirá muchos ‘no’ a lo largo del camino, pero cuando sabes que un dispositivo puede salvar vidas y que has hecho todo para que exista, no lo dejas caer. Insistes, buscas, vuelves a preguntar, hasta convertir el ‘no’ en un ‘sí’”, dice Emilio Sacristán Rock, ganador del Premio Nacional de Ciencias 2017.
Emilio Sacristán Rock ha dedicado casi 30 años a crear un ecosistema innovador en los dispositivos biomédicos.


Ningún ingeniero biomédico había ganado el Premio Nacional de Ciencias de México, hasta este año, 2017. El 8 de diciembre, la Secretaría de Educación Pública (SEP) informó que el máximo galardón que otorga el Gobierno de la República a los investigadores fue otorgado, en la categoría de Tecnología, Innovación y Diseño, a Emilio Sacristán Rock, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa (UAM-I), y líder del proyecto que logró construir y transferir a la industria el primer corazón artificial mexicano llamado Vitacor UVAD (Universal Ventricular Assist Device).
En sus oficinas del Centro Nacional de Investigación en Imagenología Instrumentación Médica (CI3M), el ingeniero de 52 años de edad no detiene su actividad a pesar de la alegría que le causa el premio. No puede detenerse pues su trabajo no sólo consiste en inventar dispositivos de apoyo médico; también debe realizar trámites de obtención de patentes, ayudar a alumnos y profesores a construir nuevas empresas de base tecnológica y crear mecanismos para financiar estos nuevos proyectos.
“Cuando hablamos de que se desarrolle una nueva tecnología biomédica tenemos que tener en mente algunos números. A nivel mundial el promedio de inversión para obtener una nueva tecnología de apoyo a la salud es de 500 millones de dólares, mientras que el promedio de inversión para obtener un nuevo medicamento es de 800 millones de dólares. Esto es importante entenderlo porque sirve para explicar por qué para hacer un proyecto como el del corazón artificial mexicano —que requirió más de 160 millones de pesos de inversión— tuvimos que buscar alianzas con la iniciativa privada porque son inversiones muy fuertes que no podrían salir sólo de dinero público de la UAM o de Conacyt”, indica el mexicano egresado de Ingeniería, con maestría y doctorado en el Worcester Polytechnic Institute, en Massachusetts, Estados Unidos.
Autor de 22 patentes internacionales, el doctor Sacristán Rock hizo sus primeros inventos cuando tenía 21 años y siendo todavía estudiante del Worcester Polytechnic Institute. Desde esa época conoció una manera de trabajar en la que los ingenieros biomédicos creaban o se asociaban con pequeñas empresas, surgidas de las universidades, para financiar el desarrollo de dispositivos médicos y después las vendían a empresas más grandes.
“Mi primer trabajo fue en una empresa de este tipo, surgida de una universidad, y yo fui el primer empleado. Me contrataron como ingeniero, pero en esas empresas tan chicas uno tiene que hacer de todo”, explica el inventor, emprendedor y profesor, quien lo mismo tuvo que aprender a diseñar pruebas clínicas, solicitudes de patente y rondas de atracción de capitales de inversión.
“La parte de obtener inversión es indispensable. En este momento estamos trabajando en un nuevo proyecto para el cual ya conseguimos 8 millones de dólares y todavía nos falta más”, indica Emilio Sacristán.
El primer invento del nuevo ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes fue un dispositivo médico llamado Tonómetro gástrico, que sirve para medir varias cosas, como el nivel de acidez o pH de la mucosa gastrointestinal. Ese invento terminó por ser comprado y distribuido a nivel mundial por la compañía finlandesa Datex, y luego Datex fue comprada por General Electric. Otros inventos suyos han sido también transferidos a empresas como la alemana Siemens.
Su invento más conocido en México fue el desarrollo del corazón artificial mexicano, en el que trabajaron 65 científicos de diez instituciones públicas mexicanas. El instrumento fue financiado por medio de una empresa creada específicamente para este proyecto y que se llama Vitalmex Internacional. El producto ya se usa en el Centro Médico Siglo XXI del IMSS y en otros hospitales públicos y privados.
“Sabemos que ese es el modelo como se está trabajando en todo el mundo. Los inventos se hacen en pequeñas empresas de base tecnológica que se enfocan mucho en la investigación y en el desarrollo de los prototipos. Luego se prueban y se patentan. Pero para que el dispositivo realmente llegue a todo el mundo se necesita otro tipo de capacidades, como los canales de distribución o los grandes capitales para fabricar masivamente y bajar los costos. En esta etapa es donde las innovaciones o las micro-empresas completas son compradas por grandes compañías como General Electric, Siemens o Medtronic, por mencionar algunas”, dice el fundador y actual director del Centro Nacional de Investigación en Imagenología e Instrumentación Médica (CI3M).
LUCHAR CONTRA MOLINOS. Después de concluir su doctorado, Sacristán Rock, casado y padre de dos hijas, buscó regresar a México, pero al principio se topó con muchas barreras por la falta de plazas y nuevos contratos en las universidades mexicanas.
“Fue hasta que el Conacyt creó el programa de repatriación de talentos cuando se me abrieron las puertas de varias instituciones, pero decidí quedarme en la UAM Iztapalapa porque era la que tenía el programa más fuerte de Ingeniería Biomédica”, indica el científico.
Desde su llegada a México intentó reproducir el modelo de generación y transferencia de tecnologías que había conocido en Estados Unidos, pero se dio cuenta de que había muchos obstáculos y por eso ha dedicado casi 30 años a crear un ecosistema innovador en los dispositivos biomédicos.
“He tenido que luchar mucho contra un sistema académico tradicional y en muchas ocasiones he sentido que es como lucha contra molinos de viento. Hay proyectos que son rechazados por las propias autoridades de las universidades o los institutos de salud donde deben ser probadas; otras veces te topas con rechazos en los comités de bioética y, además, tienes que acostumbrarte a muchos rechazos de los inversionistas”, cuenta este académico, hijo y nieto de economistas que fueron profesores en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
A pesar de los descalabros o rechazos en varios proyectos, Emilio Sacristán Rock dirige hoy uno de los centros más vivos en desarrollo de tecnologías, pues en el centro CI3M, investigan y experimentan actualmente 400 estudiantes de 22 instituciones y ahí se han fundado e incubado 12 empresas de base tecnológica.
“El ecosistema ha cambiado, no me cabe duda, pues incluso en la reforma a la Ley de Ciencia, de 2015 ya se estimula que los científicos formen empresas con sus hallazgos o inventos. Posiblemente yo ha contribuido un poco a ese cambio a través de la persistencia. Uno sabe que recibirá muchos ‘no’ a lo largo del camino, pero cuando uno sabe que un dispositivo puede salvar vidas y que has hecho todo para que exista, no lo vas a dejar caer porque es importante. Y así insistes, buscas, vuelves a preguntar, hasta convertir un ‘no’ en un ‘sí’”, comparte el mexicano recién galardonado.